Mantis, el oráculo andrógino y la nostalgia por un tiempo que nunca fue.

Cuánto daño ha hecho Platón y el idealismo.
Manto, del griego antiguo Mantis, “vidente, profeta” (<pIE *men-, “pensar”), era la hija de la adivina Tiresias. Ésta era inicialmente una sacerdotisa de Hera que fue convertida, con posterioridad histórica, en un hombre, cuando el papel del dios Zeus se volvió más dominante en la religión griega.
No obstante, el papel de Tiresias como adivina y profeta no se alteró. La tradición de Tiresias como mujer fue muy importante y no pudo eliminarse por completo. De esta manera las discrepancias en cuanto al sexo de Tiresias llegaron a explicarse diciendo que tenía el don de cambiar de sexo a voluntad. Así, su hija Manto heredó el don adivinatorio y pasó a ser el símbolo de la androginia e inspiración.

Platón en “El banquete” a través del personaje de Aristófanes presenta una disertación sobre el amor como el reencuentro de unos amantes que, víctimas de un pasado que desconocen, en el que su comportamiento impropio y excesivo provocó un castigo, logran restituir una unidad que anhelan desde el principio de sus vidas. El ser humano es un ser incompleto, que, a través de la inspiración y la búsqueda en una media naranja, puede aspirar al reflejo pago, parcial, de lo que fue perfecto, el ser andrógino de la Arcadia. El amor por tanto no sería otra cosa que la búsqueda de la plenitud, el reencuentro de dos mitades que hacen uno.
Cabe añadir, como anécdota para un madrileño como yo, que, en la mitología romana, Manto viaja a Italia y da a luz a Ocnos, que años después fundará la ciudad de Mantua, a la que llamará así en honor a su madre. Más adelante fundará una segunda Mantua en tierras ibéricas, llamada Mantua Carpetanorum (porque la habría poblado con carpetanos), siendo actualmente la bella ciudad de Madrid.